El día 18 empezó con otro paseo por La Habana Vieja.
Artesanía y música para turistas. La artesanía muy graciosa y colorista. La
música excelente, acompañada de una mercadotecnia impecable que te coloca el cd
a la venta en tus manos sin casi darte cuenta. Llevamos ya con nosotros los
cuarenta principales de “la sopa”, que es como llaman aquí a dedicarse a cantar
por los hoteles.
El paseo se adornó con un intento de localización y compra
de un libro de Dulce María Loynaz (“Un verano en Tenerife”) por encargo de Luis
Junco. Decía el recado que se
gratificaría al Alfaya por la gestión. En modo alguno porque aunque no se
consiguió localizar el libro en cuestión, el asunto nos puso en manos de varios
libreros de ocasión y dio pié a sabrosas conversaciones con la mercadotecnia al
fondo, de manera que no encontramos el verano pero nos cargamos con otro título
de la autora y otro de Carilda Oliver.
Mónica, la sirena, tenía que sumergir su cuerpo en las aguas
del Caribe, así que se fueron Pilar, Caneiro y ella a Varadero. Volvieron
cargados de fotos y con los cuerpos rosáceos (Caneiro, la placa fotovoltaica
superior, que el cuerpo no nos atrevimos a investigarlo y lo de Mónica lo
sabemos por confesión de la antedicha y por exhibición de la zona pectoral
hasta donde la decencia lo aconseja).
El cantautor de guardia tenía que ir, por invitación de los
organizadores del evento, a la
presentación del libro “Cien poemas para el Che Guevara”. Era a las 16h en el
precioso palacete (con jardín tropicalísimo, claro) de la UNEAC, en la calle 17
de El Vedado. Pero como aquí se recicla
en un santiamén, el acto se fundió con otro que consistía en un encuentro
bilingüe de poetas canadienses y cubanos. Por un momento se complicó el horario
pero después fueron comprensivos y lo ajustaron de manera que el Alfaya pudiera
partir sin apreturas de tiempo para la Casa de la Música de Miramar. Se
estrenaron dos canciones para el Che sobre textos de Julio Cortázar y Germinal
Sánchez y como Alfaya está a la que salta, otra sobre un soneto de Roberto
Fernández Retamar, dedicada a Nicolás Guillén, que había sido citado unos
minutos antes como poeta nacional. Aprovechó Alfaya para pedir disculpas por su
físico tan poco caribeño y el atrevimiento de meterse en ritmos vagamente
habaneros y aludió al parecido que le tienen asignado con Hemingway (cuando
ambos van con gorra, que es verdad que en alguna foto del norteamericano
parecen hermanos). Sonrisas del respetable que aunque sean poetas trascendentes
no pueden evitar la tendencia habanera a la broma de las palabras.
A eso de las 18h, según el horario previsto, estábamos en la
Casa de la Música de Miramar. Ya estaba acampada la delegación chilena de la
Corporación Cultural de Antofagasta, organización con la que La Discreta deberá
establecer relaciones institucionales porque van a hacer una Feria del Libro,
porque pueden establecer acuerdos de colaboración y porque tampoco estaría mal
presentarnos con nuestra versión del Caribe en los Andes o con una selección de
nuestros poetas. Los compañeros de allá están abiertos a una economía de
trueque.
Después de unos cuantos videos proyectados y un a modo de
recuerdo a Spinetta, comenzó la descarga de trovadores. Como se hacía tarde
para otros compromisos que tenían, nos abandonaron Soledad y Awilda, pero no
sin confirmar la reunión de despedida de hoy domingo que se va a celebrar en el
hotel Nacional a eso del mediodía (hora cubana), o sea, a las 18h de Alpedrete.
Para contentar a los impacientes podemos adelantar que la
comparecencia del inverosímil trío formado por Mónica, Tarduchi y Alfaya, fue
un éxito de crítica y del público asistente, que no llenaba el local ni mucho menos. Pero hubo complicidad en el
humor y en la emoción. Claro que la presencia de los chilenos actuaba de
catalizador humorístico porque vivir en el capitalismo es muy distinto de vivir
en Cuba, como es obvio, y se entiende mejor el humor reinsertable cuando se es
habitante de una gran superficie. Pero se reían los cubanos y pillaban
perfectamente la ironía y las bromas escénicas. Reían a carcajadas con Tarduchi
en la “Canción ecologista”, disfrutaban con la picardía de sacarle brillo a
Caperucita y se reían con la advertencia de que “la luz que se ve al final del
túnel puede ser los faros de un tren que se acerca”.
Cuando tocó el turno a Julia y a Carilda, gozosa comunión
poética.
En cuanto a los colegas trovadores de acá, un apunte previo
a escuchar atentamente todo el material que nos han entregado. Parece como si
Labordeta hubiera transmitido sus célebres guitarrazos pero con más acordes y a
mayor velocidad porque, aunque empiecen cantando con estupenda sensibilidad y
mimo canciones delicadas (por cierto, les encanta Silvio tanto como Serrat), a
los pocos minutos se ponen a cantar a golpe de guitarra y a grito pelado
canciones de la nueva o más reciente trova con un convencimiento de amigos de
parranda sentimental que cantasen “Asturias patria querida”. Espectáculo
sorprendente y que representa con coherencia la definición que uno de los
trovadores dio de su quehacer. Decía que la trova es una canción de
resistencia. De resistencia de materiales y de aguante, añadiríamos, porque son
capaces de engarzar una tras otras y nos resulta complicado quedarnos con un
mensaje tan largo, tan intenso y tan explosivo, que las guitarras parece que disparan
los acordes. (Y eso que el nivel guitarrístico es alto, que se recorren el palo
entero a toda velocidad...)
En fin, hoy es día de despedidas y preparativos para tomar
el avión de vuelta. Es absolutamente necesario agradecer a todas las personas
que nos han acogido, que nos han ayudado, su forma de estar ahí. Pero lo
haremos ya con el pié en Madrid, que tiene que ser una despedida muy cuidadosa
porque hay mucho que agradecer y muchas personas que citar por sus propios
méritos.
(Seguiremos informando).
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